F. Aramburu: Los peces de la amargura


Fernando Aramburu: Los peces de la Amargura
Tusquets Editores.

Destierro memorias de un norte de luz mortecina. Un norte situado más al sur de donde ahora me encuentro pero más lúgubre, más áspero, punzante como hojas de acebo. Un lugar extraño donde la discrepancia, el libre pensamiento o el ejercicio de ciertas profesiones eran respondidos con el silencio, con el desprecio, con amenazas, con muerte. Un lugar donde se decía poco y el miedo todo lo aplastaba.

Los peces de la amargura nos acerca al día a día de ese territorio. Un puñado de historias protagonizadas por gente corriente y penetradas por la inteligencia de quien sabe bien de lo que habla. Cuesta aceptar eso: que la vida era, que a lo mejor sigue siendo, así, «triste». Triste y dicotómica: con el pueblo o contra el pueblo. Una vida violenta. “Golpes en la puerta”, narrado desde la voz de un preso que antes fue niño, estremece.

El terror es un monstruo movedizo: narices, mandíbulas, pieles, voces, miradas, imposiciones perversas. No se arrepiente ni se echa atrás: se cree justificado. Tampoco aspira a entender nada pero impone, adoctrina, organiza, insulta, dispara, mata.

Sin quererlo, un recuerdo se cuela por mi puerta. Tren nocturno desde Sevilla. Comparto camarote con un señor mayor; culto, de hablares pausados y mente inquieta. «¿Qué le lleva a usted al Norte?», pregunté en algún momento. Me mostró un recorte de periódico: «Voy por esto. Quiero ver la esquina donde mataron a mi hijo».

Comentarios

Bufff, estos asuntos ponen los pelos de punta ....
Leonor Ruiz Martínez ha dicho que…
Son duros y complicados, sí.
Paco Roda ha dicho que…
Cuando leí "Los peces de la amargura" hubo un momento en que creí que no vivía, que no debía haber vivido donde yo vivía y sigo viviendo, en este norte sureño marcado a sangre y fuego durante años. Hay un relato, ahora no lo recuerdo, en que las lágrimas se asomaron a la alcantarilla. Y recordé entonces una escultura que hay en la Plaza del Baluarte de Pamplona, en homenaje a las víctimas. Es un niño que asiste asustado a un asesinato. Tal y como relata Aramburu, quien asume en nombre propio hablar del mal total, como W. G. Sebald, o como Ricardo Menéndez Salmón quien en "Medusa (Seix Barral) se refiere a Prohaska, "un artista que filma con frialdad forense el mal absoluto: «Este tipo mira y mira, no aparta ningún cáliz, se lo bebe hasta el final, afirma Menéndez Salmón. Yo tampoco sabía qué hacer al terminar "Los peces de la amargura", tan solo sentir el sabor amargo de un presente bastardo que poco a poco se rehabilita.
Leonor Ruiz Martínez ha dicho que…
Hola Paco. ¿Te fijaste que tu comentario tiene un final optimista?: "se rehabilita". Un saludo y gracias por participar.

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