Fernando Aramburu: Las letras entornadas
Con este texto me despido hasta el mes
de septiembre. Un saludo y que disfruten de calores y fríos allá donde se
encuentren. Felices lecturas, también, si les da por leer.
«Sin amor a la literatura no hay crítica».
«Sin amor a la literatura no hay crítica».
«Para bien o para mal, soy un hijo intelectual de mi tiempo, pero no su prefijada consecuencia».
PLANTEAMIENTO
Me pregunto si seré capaz de reseñar una
obra que tantos libros encierra y engrandece. Esta vez, el minúsculo A6
que utilizo para anotaciones se ha visto desbordado. Aún aspiro a
convertir mi azulada maraña en algo comprensible. Dejo a mi mar de dudas
disolverse sin convicciones en un vaso de café y comienzo a deshebrar.
Vamos.
Capítulo primero: “Un niño en San Sebastián”. Quien parece ser el propio
autor (Aramburu se encarga de suministrar al lector abundantes
evidencias) se reúne durante once meses con alguien presentado como el Viejo.
En casa de este —y al calor de buenos vinos— conversan cada jueves tras
la temprana cena alemana sobre «escritores, libros y asuntos
culturales». El Viejo tiene mala vista, es cierto. Pero le sobran lucidez y socarronería. Sin este encuentro ficcional, Las letras entornadas
probablemente no sería una novela. Considero un acierto la estrategia:
después de página y media, el argumento queda asentado. La historia
rueda sola.
NUDOS
Nudos en plural. La RAE aporta
17 acepciones. Destaco la octava («Lugar donde se cruzan varias vías de
comunicación») como paradigma de lo que para mí ha supuesto la lectura
de Las letras entornadas, fusión de ensayo, crítica, ficción,
lírica y memoria en un relato tocado de principio a fin por la pasión de
narrar y la responsabilidad del trabajo bien hecho. De forma atractiva,
original e inteligente, se nos abre la puerta a textos que de otro modo
se hubieran extraviado. Lo agradezco.
Infancia, educación, circunstancias,
lecturas y relecturas, autores clásicos, contemporáneos, poesía, novela,
cuento, autobiografía, filos y claves del proceso creativo, el
enriquecimiento del idioma, el poder de lo imaginado y lo real…
Aramburu, quien no recuerda haber aspirado nunca a ser «una persona
normal», reflexiona desde la fugacidad de la vida y la plena conciencia
de nuestra pequeñez humana. «Se causa un daño irreparable a sí mismo
quien piensa que ya no le queda nada por aprender». Cada uno de los
treinta y dos capítulos de Las letras entornadas manifiesta ese tenaz arresto para traspasar fronteras y despojarse de ataduras.
Con despierta memoria atravieso los
párrafos dedicados al terror nacionalista. (Para ser más precisos: en su
contra). En la ciudad donde nací, próxima a San Sebastián, el
salvajismo cotidiano no era muy diferente del narrado por Aramburu.
Entiendo qué significa el orgullo de habitar un determinado lugar (frente a otros), o de pertenecer a una tribu selecta.
Después de tanta intensiva siembra, hoy en día, en las urnas, parece
que al credo nacionalista no le va mal la cosecha. Si pasado y presente
se prestan a incontables interpretaciones, el futuro es enteramente
incierto.
Aramburu dedicó veinticuatro años de
vida laboral a la docencia, pero al cabo vio cumplido su sueño de
consagrarse en cuerpo y alma (me consta que de esta última rondan fotos
por ahí) a la literatura. Al respecto, el autor afirma que no conoce
mayor fortuna que la derivada del ejercicio profesional de su vocación (sic):
«Concibo la escritura como una actividad placentera. Expresarme por
escrito con voluntad literaria representa para mí un acto de afirmación.
Una página lograda me justifica el día». El ahora es esa página única
desde donde quizá podemos intervenir.
Hay un ritmo cervantino —un persistente aire clásico— en la literatura aramburiana, vientos pródigos en universalidad, afán de saber. En los pasajes dedicados a su infancia, como me sucedió leyendo Años lentos,
escucho ecos amigos del entrañable Lázaro de Tormes. Palpables son
también en sus escritos la templanza y el agrado de contar. Huyendo de
la queja vanidosa, su mirada se pasea por la realidad. Sé que con esa
mirada ha llegado a diseccionar rodaballos.
La labor de Aramburu como difusor
cultural es ingente: traducciones, artículos, crítica, novelas, cuentos,
aforismos, poemas… Seguramente me olvido de varias tareas. O
simplemente las ignoro. Voy terminando.
DESENLACE
El final de una obra no debe revelarse.
Pienso, como el autor, que «la alta literatura no se abstiene de
proponer enigmas; pero es raro que se doblegue a soluciones esperables».
Además de querer probar los vinos que degustan los protagonistas, Las letras entornadas provoca en mí el firme deseo de conocer y acercarme a todo aquello de lo que Aramburu y el Viejo
hablan. Desvelaré solo lo siguiente (no es necesario que agradezcan
este dato): a mitad de libro, mucho antes de la última página,
encontrarán el ya clásico artilugio conocido por todos como chestoberol. No guarda relación con el final.
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