Adelaida García Morales: Imperecedero Sur


Mi homenaje a la literatura de Adelaida García Morales y al cine de Víctor Erice.


«Era como viajar en un barco que navegara a la deriva, perdido en el mar, lejos de todas las costas».  El silencio de las sirenas

Resulta espinoso romper la quietud, escapar de la mudez del pensamiento para hablar de Adelaida García Morales (Badajoz, 1945 – Dos Hermanas, 2014), dueña vital y literaria del sigilo y de las sombras. Entre cuentos y novelas, García Morales publicó más de quince títulos a lo largo de unas dos décadas (1985–2008). Logró los premios Sésamo, Herralde e Ícaro. Fue una de las autoras en lengua española más traducidas a finales de los años noventa.

Tras varias lecturas, aún no logro atravesar El Sur, su primera obra publicada, sin librarme del mazazo de su conmoción poética, sin admirar su engranaje compositivo o su perfecta condensación. Escrita a mediados de 1981 en la Alpujarra granadina, no vio la luz (con Anagrama) hasta 1985. En 1983, dos años antes, Víctor Erice llevó al cine parte de las cuarenta y siete páginas de El Sur en un largometraje de idéntico título. Aunque inacabada, la película recibió de inmediato el aclamo de la crítica. Libro y filme participan del mismo lirismo y lenguaje evocador. Erice y García Morales eran pareja en esa época.

Parajes inhóspitos, luces tenebrosas, personajes introvertidos y misántropos. García Morales manifestaría compartir con Erice afinidades de carácter y manías (sic). Maestros ambos del silencio, la parquedad, la niebla y el vacío, los dos representan, en cierto modo, el opuesto del humanoide dicharachero y locuaz.

Las primeras palabras de El Sur se han repetido muchas veces: «Mañana, en cuanto amanezca, iré a visitar tu tumba, papá». Al igual que las de su final, han entrado en el terreno de lo mítico. Sin embargo, es difícil extraer citas de las obras de García Morales: si bien la indagación introspectiva recorre toda su obra, esta emana de los hechos y diálogos y apenas de divagaciones filosóficas, poco frecuentes entre sus personajes. Lo inexplicable de nuestras motivaciones y la impenetrabilidad de la naturaleza humana se sugieren, a menudo, desde lo onírico y lo sobrenatural. A ese fondo oscuro se penetra, además, desde el aislamiento, que puede ser «perfecto» o doloroso según las circunstancias cambiantes de los protagonistas.

«Un escarabajo de noche se hacía el muerto. Había quedado rezagado y, sin darme cuenta, lo pisé. El leve crujido de su cuerpo me provocó una repugnancia sin límites y una lástima absurda. Pensé que era el único habitante de tu dormitorio».

En la obra de García Morales es fácil ver a Kafka, Goethe, Pessoa, Freud, Hölderlin o Proust. El silencio de las sirenas, sin ir más lejos, toma su título de un cuento homónimo del escritor praguense. Los textos de García Morales son tragedias silenciosas que plasman la amargura e incomunicación interior. Sin embargo, a diferencia de la literatura kafkiana, son historias sobre las que pesa una brutal tristeza; están exentas de todo atisbo de ironía o humor. En ellas, el paisaje se representa como refugio o amenaza, habitando psicológicamente a los personajes, conectándose íntimamente con su naturaleza. «Y me pareció bellísimo aquel terreno yermo y plano, sin apenas color, sin plantas ni árboles», afirma Adriana en El Sur.

Una cuarta parte de la humanidad parece ser, en distintos grados, introvertida, y de introvertidos está poblada la obra de García Morales. Frente a su opuesta mayoría, los introvertidos terminan enterrados en lo misterioso, empujados a habitar el filo de la vida, y es por ello que al final acabamos sabiendo poco de ellos. «Llevaba una vida excesivamente recluida, una vida propicia para fomentar toda suerte de obsesiones». El aislamiento, imperioso para un introvertido, también entraña sus riesgos: malestar, obsesión, desolación, pesimismo y temores son sólo algunos de ellos.

El mito literario que sostiene El Sur es la fascinación por lo añorado y desconocido, por ese lugar remoto evocado en la ficción y en los libros de viajes de autores como Stevenson. Sin embargo, El Sur también puede leerse como una historia de amor frustrado que las circunstancias acentúan. Nada está bien en la amargura. Cuando somos infelices nos arrepentimos de todos los pasos previos, puesto que nos han conducido a esa situación. El amor es la última esperanza y puerta de auxilio. Convertido en obsesión, se desconecta de la realidad, y su peso se hace mayor que el del amor a una hija. Cuántas veces los padres no logran amar a sus hijos y los contemplan, contra sí mismos, como otra carga más.

«Pensé entonces que siempre era mejor lo que se queda en el espacio de lo posible, lo que no llega a existir».

Pienso que el ideal de Erice hubiera sido el cine mudo. (Creo que en su cine chirrían las voces reales y las voces en off). Pienso que García Morales nos ha legado «una última oscuridad que se resistía a disiparse, morbosa y viva, terca y casi sonora en medio de aquel agobiante silencio». No se me ocurre cómo denominarla. Sobrevive el misterio. Y nuestro empeño en romperlo.

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