A. Kristof: Ayer

Agota Kristof: Ayer.
Edhasa. Traducción de Manuel Pereira.

«Era el camino de los que han dejado su casa, su país. A ambos lados se extendían inmensos campos cenagosos».

Hoy engullo Ayer con la certeza de no haber dado nunca con literatura como la de Kristof. Aunque cómo saber si esto no es mentira.

Leo, releo, respiro acompasada. Incisiones invisibles van cortando piernas, uñas, brazos. Señales sin evidencia. Marcas carentes de forma.

Mi ejemplar de Ayer es una primera edición de 1998. La portada, el dibujo infantiloide de una maleta. Cargada poco después, en tren dirección Ámsterdam, desde Hendaya, guardada en un dormitorio de literas compartidas.

Tobías muere en un país extranjero. De día taladra piezas en una fábrica de relojes. Prisión o fábrica, da lo mismo: «todo el horror de la vida me estalla en la cara». De noche, escribe. «Es convirtiéndose en un don nadie como se puede ser escritor».

En medio de ese vacío, se reencuentra con Lina, su gran y viejo amor. A partir de entonces, su vida puede resumirse en dos frases: «Lina vino y luego se volvió a ir». 

La verdad: «Un inmenso calor me invade y eyaculo, apretado contra Lina».
El presente: «Unas veces, nieva. Otras, llueve. Porque las cosas viven en mí y no en el tiempo. Y, en mí, todo es presente».
Final: «Pienso que la escritura me destruirá. Sigo trabajando en la fábrica de relojes. Ya no escribo».

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