H. Kang: La vegetariana

Han Kang: La vegetariana.
:Rata_. Traducción de Sunme Yoon. Prólogo de Gabi Martínez.  

Parte de lo leído sobre esta obra no refleja lo hallado en ella. Explicarlo es el objetivo de estas líneas. Sí confieso (y en esto puedo coincidir con otros lectores) que acabé el primer capítulo con náuseas crecientes, arrojando una bandeja de pollo —en un intento por perderla de vista— del frigorífico a los cajones del congelador.

Reacciones viscerales aparte, creo que La vegetariana poco tiene que ver con el rechazo a la ingestión de productos de origen animal. Yeonghye, la protagonista, toma esa decisión por una serie de «sueños» que la asaltan por las noches. No se mencionan ni insinúan en ninguna parte de la novela otros motivos que la lleven a ello. En un lapso de pocos años, extiende su veto al resto de alimentos y deja por completo de comer.

«Se podía sentir en ella la fuerza de un árbol silvestre y sin podar». «Era la voz desapasionada de alguien que no pertenecía a ningún lugar y se encontraba en los lindes de la vida».

¿De qué nos habla, entonces, La vegetariana? ¿De querer transformarse en elemento inofensivo, en árbol o planta, necesitado únicamente de agua y sol? ¿De quedarse parado frente a la furia productiva de una sociedad que impide el descanso? ¿De una fusión con lo inmaterial? ¿De no querer ser parte de una humanidad represora de voluntades y deseos inesperados? ¿Del cuestionamiento inconsciente de un determinado orden social?

Hay algo puro en no comer. En no tener hambre, sed, sueño o deseo sexual. Resulta lo más similar a no depender de nada ni de nadie. A Yeonghye la ingresan en una clínica psiquiátrica sin que el equipo médico pueda llegar a un diagnóstico claro. Anorexia nerviosa, esquizofrenia, comportamiento irracional de una mujer que se está muriendo porque rehúsa comer. «¿Y por qué no puedo morirme?», pregunta Yeonghye.

«Tu propio cuerpo es lo único a lo que le puedes hacer daño. Es lo único con lo que puedes hacer lo que quieres. Pero ni eso te dejan hacer». La violencia ejercida en nombre de la conservación de la vida. El derecho a desprendernos de esa vida si así lo queremos aunque no guste ni lo comprendan los demás.

Se dan en La vegetariana ejemplos varios de violación de la integridad física. Las antiguas palizas del padre, que se ensañaba con su hija pequeña, asoman como cuestión de fondo (y desencadenante tal vez de una vida carente de aprecio propio). Pero lo que mejor refleja esta novela quizá no sea un problema familiar o personal, sino el problema —común como pocos— de la profunda infelicidad general en las sociedades modernas. La hermana de Yeonghye lo expresa muy bien:

«Todo esto no tiene ningún sentido.
No puedo aguantar más.
No puedo seguir adelante.
No quiero seguir adelante».

Yeonghye, velada y representada en las voces (por este orden) de su marido, su cuñado y su hermana, se nos acerca a través de la narración en tercera persona. Con un dramatismo efectivo y pertinaz (hay un momento álgido en cada capítulo), las tres partes de la novela resultan bien imbricadas a pesar de ciertas reiteraciones innecesarias, sin las que el hilo narrativo se sostendría igualmente.

Destaco, para terminar, el entusiasmo y buen saber de la traductora, Sunme Yoon, así como el acertado contexto de la Corea del Norte actual que ofrece el prólogo de Gabi Martínez.

* Reseña publicada en Las Críticas.

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